La bajada de la demanda de productos agrícolas con motivo del confinamiento por coronavirus está llevando a los países productores a adoptar diferentes medidas que podrían alterar el normal equilibrio de los mercados.
Durante la crisis que está causando la pandemia del COVID-19 y con los sucesivos periodos de confinamiento que están decretando los países del mundo entero, los hábitos de los consumidores están cambiando, limitando consumos y eligiendo productos básicos provenientes en su mayoría de los cereales, como el pan o la harina, así como por frutas y verduras, productos más asequibles y considerados esenciales por ser fuentes de vitaminas y minerales, frente a otros productos más caros y exóticos o superfluos; productos estos últimos, que tradicionalmente han encontrado una mayor salida en el mercado de la hotelería, los restaurantes y el turismo; los que justo ahora han sido los principales afectados.
Pero, en el caso de las frutas y las verduras, en la Unión Europea se registran flujos de oferta similares a la normalidad, con precios que no fluctúan significativamente de la media con respecto a años anteriores por las mismas fechas, excepto en determinados productos o variedades, donde sí se han registrado algunos repuntes en los precios en origen, y aunque la demanda disminuye por la situación de confinamiento, la oferta, incluidas las exportaciones, se mantiene a un ritmo prácticamente normal, manteniendo al mercado abastecido de frutas y hortalizas.
No obstante, puesto que el sector agrícola es el principal motor de las economías de cada país en estos momentos de dificultad, al estar, en muchos casos, restringida la actividad de otros sectores no considerados esenciales, y dado que la oferta está siendo mayor que la demanda, en países productores como España, las organizaciones agrarias están llevando a cabo campañas para promocionar el consumo de productos locales frente a productos importados, sobre todo, si se trata de productos de terceros países, de los que tradicionalmente, en condiciones de normalidad, ya se venían quejando los agricultores, considerándolos “competencia desleal”, al ser productos con los que es muy difícil competir en precio, que no cuentan con los mismos controles de calidad que los autóctonos y cuyos ingresos se escapan del propio país donde se consumen, al ser su origen extranjero.
De este modo, se pretende apelar al sentimiento patriótico de los consumidores y a su deseo de consumir productos de calidad “de la tierra”.
Más allá van países como Rusia, que ha implementado un mecanismo restrictivo para acotar la exportación de los cultivos más importantes para el mercado ruso desde el 1 de abril hasta el 30 de julio, y preparando la intervención de un millón de toneladas de productos básicos como los cereales, utilizados para la fabricación de alimentos y piensos, lo que reducirá los precios del grano y evitará que el incremento en los precios salte al precio final que paga el consumidor por los productos alimenticios.
Rusia trabaja con nuevas estrategias en la estructura de sus áreas sembradas para así aumentar la producción de verduras hasta alcanzar un incremento de la producción autóctona de frutas y hortalizas del 25% en 2030 y que a 31 de marzo, se empieza a ver materializado por la siembra de dos millones de hectáreas, el doble que en el mismo periodo del año anterior. Un conjunto de medidas que denotan la motivación del Gobierno ruso de ser autosuficiente en lo que a productos agrarios se refiere, lo que echa por tierra los ánimos de los exportadores europeos de recuperar el mercado ruso para la comercialización de frutas y hortalizas.
Un conjunto de actitudes autárquicas que podrían ser peligrosas al alterar el equilibrio normal de los mercados, sobre todo, durante la crisis del coronavirus, ya que si los países productores optan por proteger su agricultura favoreciendo el comercio nacional en detrimento de las exportaciones, países no productores pueden verse en aprietos, o en caso contrario, si se limitan las importaciones, países exportadores pueden ver arruinado su sector agrario.
Fue en marzo que la FAO advirtió que los precios mundiales de alimentos habían bajado debido, “en gran medida, a factores de la demanda, no de la oferta, factores que están influidos por unas perspectivas económicas cada vez peores”, según señala el economista superior de la FAO, Abdolreza Abbassian. En concreto, el mes pasado, según indica la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura ONUAA, los precios del cereal bajaron pese a las limitaciones a la exportación interpuestas por Rusia y al aumento de la demanda que se ha dado en el norte de África debido a las abundantes reservas existentes de grano a nivel mundial y a las previsiones de obtener una buena cosecha. No obstante, prevé que “el comercio mundial de cereales aumente un 2,3% con respecto al año anterior, hasta alcanzar los 420 millones de toneladas” a la vez que considera previsible que “las reservas mundiales de cereales al cierre de las temporadas de 2020 se contraigan en 8 millones de toneladas con respecto a sus niveles iniciales”, lo que lleva a pensar que, si esto sucede, y lo hace siguiendo la ley de la oferta y la demanda, los precios del cereal a nivel mundial subirán.
Por tanto, y teniendo en cuenta que los confinamientos de la población, en el mayor de los casos, como es Italia, comenzaron hace tres semanas y el resto de países europeos ha ido detrás, y teniendo en cuenta que las cifras de infectados por coronavirus crecen exponencialmente a nivel mundial cada día, por lo que se prevén aún largos periodos de confinamiento, habrá que esperar a las próximas semanas para vislumbrar cuáles serán las tendencias de los precios de los productos agrarios en los mercados internacionales, la fórmula que adopta cada zona en lo que a importaciones y exportaciones de productos agrarios se refiere, y cuál será el papel que desempeñará la agricultura en la recuperación de la economía mundial una vez logremos salir de esta inefable pandemia.
Fuente Infoagro